
Esa afición infantil se convirtió, según informa Marca, casi en un vicio cuando Cristiano abandonó Madeira para formar parte de las categorías inferiores del Sporting de Lisboa. "Cuando me fui a vivir a la escuela del Sporting —relata Cristiano— seguí jugando al ping pong. Había bastantes mesas en la zona común de todos los deportistas y allí pasaba buenos ratos con mis compañeros. Un día el entrenador del equipo de ping pong del Sporting me dijo: "Te he visto jugar y creo que puedes llegar a ser un buen jugador de tenis de mesa. ¿Quieres entrar en el equipo?". "No, no, gracias —le respondí sin dudar—. Yo quiero ser futbolista. El ping pong es un entretenimiento, una afición, no un deporte en el que quiera ser profesional", le contesté".
Sin embargo, el insistente entrenador no se dio por vencido y volvió a la carga. Según cuenta Cristiano en su autobiografía, "aquella vez no le convencí, así que intentó persuadirme una y otra vez. Yo siempre le decía que no y, finalmente, se rindió. El fútbol era mi pasión".
Los hechos parecen haber dado la razón a Cristiano en su elección, pero él siente que podría haber llegado lejos en el tenis de mesa: "No sé si el ping pong ha perdido a un buen jugador, pero sé que incluso hoy disfruto jugando. Juego con la derecha, con la izquierda... Sin ser fanfarrón, creo que lo hago bastante bien. Incluso los que piensan que tienen alguna posibilidad acaban rindiéndose ante la evidencia".